Se está configurando un movimiento real que conecta con el sentimiento popular, que encabezan los más jóvenes.
Las llamas que iluminaron el centro de Madrid el 29 de febrero, fueron la expresión material de la indignación ante la enésima provocación de las autoridades gubernativas y judiciales que sin recato alguno legalizan manifestaciones fascistas, cuyo grado de cobarde violencia se expresó en el asesinato a manos de un militar del joven antifascista Carlos Palomino, mientras persiguen, condenan e ilegalizan organizaciones de izquierda y antifascistas.
La imagen de la policía protegiendo a un centenar de nazis, para que pudieran realizar un acto público en la Plaza de Tirso de Molina, el mismo emblemático lugar de la izquierda madrileña en el que hace 20 años se produjo un salvaje ataque fascista a los humildes puestos de partidos y movimientos sociales, en el que se vivió durante los últimos años de la Dictadura un ataque a la sede del CAUM que dejó varios heridos y que es lugar de reunión habitual de emigrantes, es todo un símbolo de la verdadera cara de los aparatos del Estado y de su connivencia con lo más negro del fascismo.
La valiente resistencia ante la brutal represión de la policía contra quienes pretendieron impedir el atentado a los más elementales principios democráticos de un acto que hacía expresa apología del racismo y la xenofobia, encarnó la dignidad , la legitimidad y el derecho primario del pueblo a enfrentar la ignominia del poder. Siete detenidos y dos heridos graves son el saldo de la represión que reclaman nuestra solidaridad.
El 1 de marzo dos manifestaciones complementarias ponían el dedo en la llaga de los más importantes ataques que la clase obrera y los pueblos sufren por parte de las clases dominantes y de sus representantes políticos.
En medio de una campaña electoral que está alcanzando las más altas cotas de farsa, amplificada hasta el delirio por los medios de comunicación, que silencia las gravísimas consecuencias de una crisis económica, que apenas ha comenzado y que golpea a una clase obrera precaria e inmigrante, sin derechos laborales, amenazada de despidos masivos, agobiada por el alza de los precios, sobre todo de las casas, ha tenido lugar una manifestación por la vivienda digna y contra la carestía de la vida que ha superado todas las expectativas.
Más de 10.000 personas, según los cálculos más ajustados a la realidad, en su inmensa mayoría jóvenes, se han manifestado durante más de dos horas por las calles de Madrid convocados por la Asamblea por la Vivienda y por tres organizaciones del sindicalismo asambleario y alternativo, Co.bas, la Coordinadora Sindical y CGT.
La fuerza, el clamor y la rabia de la gente gritando ¡Qué pasa, que no tenemos casa! ¡Queremos saber, cuánto pagan los borbones de hipoteca a fin de mes!, ¡Rajoy y Zapatero, a vivir en un trastero!, ¡Zapatero te queremos preguntar , en eso de la vivienda, qué haces distinto de Aznar!, ¡Viva la lucha de la clase obrera!, ¡Carlos hermano, nosotros no olvidamos!, ¡A, anti, anticapitalista! y el resumen de todo, enronqueciendo miles gargantas, ¡Lo llaman democracia y no lo es!, ha sido la denuncia más poderosa ante el silencio de la izquierda institucional y de unos sindicatos, CC.OO. y UGT, que cada vez de forma más evidente, actúan al servicio de la patronal.
Al final de la manifestación se ha llamado desde su megafonía a asistir a la convocatoria realizada por varias organizaciones madrileñas a lo que ha constituido un hito histórico. Por primera vez, en la capital muchos cientos de personas nos hemos manifestado contra el estado de excepción que se vive en Euskadi, vinculando la represión que sufre la izquierda abertzale con la que golpea a las organizaciones políticas y a los movimientos sociales que cuestionan el capitalismo, la monarquía y los aparatos del estado surgidos de la transición como herederos del franquismo.
Los gritos ahora fueron ¡terroristas quién, democracia dónde!, ¡ni el PP, ni el PSE quieren la paz!, ¡Autodeterminación, es la solución!, el emblemático ¡ni lucha entre pueblos, ni paz entre clases! y el colofón final de, otra vez, ¡Lo llaman democracia y no lo es!
El éxito de ambas manifestaciones, realizadas al margen de la izquierda institucional y de los sindicatos cooptados por el poder, confirman y refuerzan lo que hace tiempo es una evidencia. Se está configurando un movimiento real que conecta con el sentimiento popular, que encabezan los más jóvenes, que cuestiona el orden establecido y que es expresión de un profundo malestar social que tiene raíces en la incapacidad del sistema para ofrecer alternativas a la inmensa mayoría. Todo indica que esto no ha hecho más que empezar. La gran crisis económica que se avecina está acumulando material altamente inflamable y no son las mismas épocas del movimiento antiglobalización. Una nueva etapa se abre y la reconstrucción de una nueva conciencia de clase pasa a primer plano. Aquí y ahora, en el Estado español, la vinculación de las luchas nacionales y de clase marcan el único camino posible para la reconstrucción del sujeto revolucionario.
Hay un camino abierto, que está marcando el final de una pseudo izquierda política y sindical, y nos convoca a organizaciones políticas y a movimientos sociales de todo el Estado a reconstruir el movimiento obrero - nativo e inmigrante -, a crear formas de organización que expresen la identidad rebelde de los jóvenes estudiantes/trabajadores precarios y, en especial, de las mujeres.
El muro concienzudamente erigido desde la Transición, con la complicidad de la izquierda institucional, entre la clase obrera del resto del Estado y la de las nacionalidades - sobre todo la de vasca - puede empezar a romperse. Las grietas objetivas se abren cuando se debilita la capacidad de legitimación del sistema, especialmente en momentos de crisis; pero no es suficiente. Hace falta que la izquierda revolucionaria del Estado sea, seamos, capaces de erigir una nueva conciencia de clase, que eche raíces entre la nueva clase obrera, que integre en su código genético el derecho de autodeterminación y que reconozca como propias las luchas independentistas que se enfrentan a idénticos intereses económicos y a un mismo aparato de Estado.
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