martes, 25 de septiembre de 2007

República sí, ¿pero qué repúbica?

Desoigamos los cantos de sirena que pretenden imponer una república ajena a los intereses de los trabajadores
J.M. Álvarez



Parece que la monarquía española pasa por un mal momento que coincide con un relativo cuestionamiento de la misma. No se trata, todavía, de una ofensiva general antimonárquica, pues los cortesanos palaciegos continúan zurciendo, cada vez con mayor dificultad, unos rotos borbónicos que están alcanzando el tamaño de agujeros negros. Pero el régimen puede estar considerando que el actual ordenamiento basado en la Corona, atraviesa una crisis insuperable y quizás se esté planteando la posibilidad de utilizar-otra vez- la clásica trampa de cambiar algo para que no cambie nada, lo que le permitiría dilatar la existencia del “franquismo democrático”.

No hace mucho, asistimos a la polémica levantada en torno a la revista humorística El Jueves, por la publicación de una caricatura principesca. La orden de secuestrar la revista provocó opiniones diversas, que aún no se habían apaciguado cuando el senador Iñaki Anasagasti (de profesión, vivir del cuento político) echó más leña al fuego, efectuando unas objetivas críticas sobre la Familia Real que sentaron bastante mal en las filas de un Partido Socialista (PSOE) que, con las elecciones a la vuelta de la esquina, pugna por superar en conservadurismo al Partido Popular (PP), reactivando la represión y endureciendo las condiciones carcelarias de los presos, como lo demuestran las medidas adoptadas contra Iñaki de Juana Chaos.


El año pasado, los medios de información calificaron de error la ausencia de los Reyes en la ceremonia de entrega de medallas del campeonato mundial de baloncesto, donde España alcanzó el oro. El lapsus fue utilizado para matizar que si España es una monarquía (lo de impuesta por Franco nunca lo dicen), eso no significa que quienes la representan sean sagrados. Y apostillaron que, si molesta que la diferencia jerárquica la determine nacer en cuna regia, habrá que pensar en abolir la monarquía. Otros medios filtran que la entrada del yernísimo Duque de Lugo, en el grupo de empresas que gestiona los complejos La Vaguada y Plaza Norte de Madrid, o Gran Vía de Barcelona, ha duplicado los beneficios de la empresa por arte de magia. Magia real, porque el presidente del grupo es íntimo amigo del rey. Incluso alguna televisión ha mostrado la última foto de familia de Juan Carlos, subrayando con cierta ironía, que si antes sus integrantes eran cinco, ahora ya van por dieciséis.


Esas noticias se compensan con otras, en las que siempre está presente un empalagoso culto a la personalidad, unido a una férrea censura que filtra cualquier información “improcedente”, sobre el Borbón y su parentela. En cierta ocasión, Antonio Burgos, (palmero exaltador de la monarquía franquista, cuyas aportaciones a la literatura nacional incluyen un buen número de letrillas carnavalescas y alguna canción), enojado porque una cámara indiscreta captó al monarca tomando el sol en pelotas, se apresuró a escribir una loa en la que ensalzaba las excelencias de la entrepierna de su majestad. El colmo del servilismo: un baboso chiquilicuatro rindiendo pleitesía en público a los testículos regios. Por otro lado, el juez ultra, Grande-Marlaska ha activado una querella por un delito de injurias al rey, a causa de un fotomontaje publicado ¡el año pasado! en un suplemento del diario vasco, Deia.


La embaucadora estrategia de dar una de cal y otra de arena, acerca de las actividades borbónicas, parece dirigida a crear un movimiento de opinión en torno a la dualidad monarquía-república. Incluso se habla de restaurar la república, en un futuro más o menos próximo, dependiendo de las circunstancias. Recientemente Javier Arenas, dirigente del PP, se posicionó en contra de la iniciativa promovida por Izquierda Unida (IU) que junto a una comisión constituida por los alcaldes de o­nce ayuntamientos andaluces, quieren convocar un referéndum para que los ciudadanos se pronuncien sobre la III República.


A pesar de que Javier Arenas manifestó su desacuerdo con la iniciativa, el miembro de IU, Antonio Romero confirmó que mantuvieron una conversación, en la que aquel le aseguró que en el PP apenas existen monárquicos (para nadie es un secreto que Aznar siempre receló de la institución monárquica), lo que denota una cierta comunión de ideas, en términos generales, sobre el tema. Eso nos hace sospechar que se podría estar trabajando en la dirección de una república que trate de mantener los privilegios de la clase oligárquica, con lo que poco cambiaría el estado actual de cosas. Por poner un ejemplo- y de confirmarse nuestras sospechas- el presidente de la futura república, elegido por sufragio universal, al cesar en su cargo seguiría integrándose en cualquier Consejo de Administración, daría conferencias en inglés, a cambio de sustanciosos emolumentos, o se retiraría a una lujosa mansión con un sueldo vitalicio, o sea, más de lo mismo.


Una cosa es evidente: Si el sistema llega a plantear un debate república-monarquía será porque se sienta débil; por tanto, cuanto más se debilite, más se fortalecerá la causa obrera. No debemos acatar una república basada en la explotación del ser humano, hay que aspirar, como mínimo a que se comprometa en destruir el sistema que entronó a Franco y después a Juan Carlos. Esta nueva transición, de producirse según la planean, prolongaría, tras algunos retoques, la existencia del mismo régimen, con sus privilegios y prebendas.


En el pasado reciente, posiciones conciliadoras, derivadas de actitudes infames, desembocaron en el vigente estatus social. Desoigamos los cantos de sirena que pretende imponer una república ajena a los intereses de los trabajadores.

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