El tribunal especial español está actuando como lo que siempre ha sido: un instrumento con el que intervenir en política “por otros medios”. Con la sucesión a la vuelta de la esquina, toca reprimir y evaluar el terreno, para que alguien decida por nosotros, como siempre, adoptar las medidas que permitan a los capitalistas continuar en el lado bueno de la injusticia social.
Una vez más, el tribunal especial de Madrid ha emprendido acciones de odio político contra un ciudadano –esta vez catalán–, acusándole de injuriar la persona del dictador Borbón, por el hecho de expresar su disconformidad con la monocracia, mediante la quema pública de una fotografía del ciudadano Capeto. El lunes pasado declararon los dibujantes del periódico DEIA, a raíz de una viñeta de humor; y no hace un mes les tocó a los dibujantes de la revista EL JUEVES.
A la vista de estas cosas, uno se pregunta qué será lo siguiente: ¿Autos de fe en la plaza Mayor? ¿Acusaciones genéricas de antiespañolismo? ¿Represión del comunismo y la masonería? ¿Prohibición de las lenguas vernáculas y los credos infieles a Roma?
Los fanáticos de la más rancia súper-ultra-derecha católica, tradicional y nacionalista española están inmersos en una escalada de despropósitos legales, destinada a poner a prueba el grado de aceptación del “franquismo sin Franco”, diseñado en los 70, para perpetuar la obra del extinto genocida.
Y un hecho es seguro: en la próxima legislatura –antes de 2012–, se producirá la sucesión en la jefatura del Estado: el ciudadano Capeto morirá o abdicará, y entonces, si el pueblo lo permite, su hijo intentará acceder al poder –por la puta cara, sin elecciones–.
Análisis del entorno: en términos políticos, hoy el ejército importa una mierda; la Iglesia Católica es más que nunca una ridícula secta marginal. Hoy en día el capital es Dios y Dios es el capital. Los partidos políticos como el PSOE o el PP actúan como meros comisarios políticos del capital, ofreciéndonos la vana ilusión de que tenemos capacidad de elección entre unas listas cerradas formadas por monigotes elegidos de antemano.
El PSOE es necesariamente republicano, circunstancia que solo consigue evadir mirando hacia otro lado… evitando la reflexión (como hacían en los años 20, cuando formaban parte del Consejo de Ministros del dictador Primo de Rivera y su marioneta coronada). Y el PP es un partido fascista –es decir, totalitario–, por lo que aspira al poder absoluto, a la presidencia de una República presidencialista.
En otras palabras: en 2007 la corona representa una molestia para todos, por eso, con vistas a su supresión, el Estado está tanteando el terreno por medio de una serie de pruebas destinadas a conocer el entorno político, reprimir a los antifascistas y preparar el camino hacia los cambios que se avecinan.
Por eso, no es de extrañar que sea precisamente la fiscalía del tribunal especial de Madrid, la Audiencia de los Nacionales –el nuevo Tribunal de Orden Público–, el instrumento elegido para llevar a cabo estas acciones de odio político, estas aberraciones contra Derecho: el caso del periódico DEIA, el caso de la revista EL JUEVES, el caso de Jaume Roure, etc.
La actuación de esta especie de Tribunal del Santo Oficio es triste, pero también clarificadora: nada es porque sí, todo acto obedece a una voluntad, nada es casual. “Papá Estado” está dando pasos. Están jugando al ajedrez con nosotros, y aunque somos peones, la partida está muy abierta, entre otras cosas, porque nosotros somos más.
Se impone la reflexión, hoy más que nunca es importante hacer un llamamiento a la unidad de acción: es imprescindible instar a Unidad Cívica por la República, a la Plataforma de Ciudadanos por la República, a la Coordinadora Estatal Republicana, al conjunto de la ciudadanía y a cuantas otras organizaciones existan, para que –conservando cada una su independencia, sus matices y demás circunstancias particulares–, se atrevan a trazar estrategias conjuntas, elaborar análisis colectivos y emprender acciones verdaderamente unitarias, que sirvan para acelerar el regreso a la normalidad democrática.
O eso, o seguir como estamos.
¡Salud y República!
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