viernes, 7 de mayo de 2010

Cuantificación del trabajo doméstico: valor del uso sin valor de cambio

Uno de los hallazgos teóricos fundamentales de Carlos Marx fue la producción de plusvalía en el modo de producción capitalista. Tuvo y tiene gran relevancia científica y política porque ponía luz sobre la explotación económica de la clase trabajadora, por parte de los capitalistas, independientemente de la connotación moral que imprime la ideología burguesa a la palabra "explotación", como si sólo fuera un "exceso" de un empresario "sin escrúpulos" que actúa "ilegalmente". En la batalla teórica entre las teorías del valor, de la Economía política clásica y marxista, por un lado, y la teoría del valor burguesa austriaca, por otro, se ubica la disputa entre lo que es mesurable o no (si se puede medir el valor). Mientras que los burgueses afirman que la fuente del valor de las mercancías está en la utilidad subjetiva del consumidor, los marxistas sostienen que se encuentra en la cantidad de trabajo socialmente necesaria para su producción. No es una cuestión baladí, porque si se acepta la primera, desaparece la explotación puesto que el mercado pone "precios justos" a cada mercancía, también a la fuerza de trabajo.

Esa tendencia hacia "la cuantificación mercantil" de los economistas marxistas de todo trabajo, se vio reflejado en algunas interpretaciones reaccionarias del trabajo doméstico, como si no constituyera una explotación porque esa relación laboral no estuviera vinculada a un contrato asalariado de la mujer hacia su patrón, el hombre. Esta interpretación de entrada no se sostiene porque nadie puede negar que en sociedades precapitalistas, sin trabajo asalariado (fuerza de trabajo mercantilizada), existía explotación. Ejemplos son muchos, sólo basta recordar a los vasallos y los esclavos, que no son seres, precisamente, libres de explotación.

Tampoco se sostiene la "cuantificación mercantil" desde el punto de vista de la teoría del valor, porque su sustrato no se basa en unidades monetarias, sino en unidades de tiempo. Así pues, el trabajo doméstico no afectivo se puede cuantificar perfectamente, tanto en su impacto en la economía nacional (algunos estudios lo cifran en 30% del PIB), como en la demostración de la explotación en el hogar patriarcal, a pesar de las dificultades analíticas que nos constituye tratar con un trabajo que tiene un valor de uso sin un valor de cambio establecido. Cosas de las sociedades mercantiles, donde tendemos a monetizar el valor o a desvalorizar lo no monetario. En ese sentido, feministas marxistas como Mila de Frutos demuestran materialmente la explotación patriarcal en el interior de las casas obreras, teniendo su reflejo mercantil, entre otros factores, en la desigualdad salarial por sexos: "A pesar de que la fuerza de trabajo masculina y la fuerza de trabajo femenina son dos mercancías en principio idénticas, obtienen distinto valor porque el trabajo familiar que realizan las mujeres a favor de los hombres se transforma en valor añadido sobre la mercancía “fuerza de trabajo masculina”, la cual se vende en el mercado un 30 por ciento aproximadamente más cara que la femenina".

De esa situación se benefician en primer lugar la clase de los capitalistas (obtienen más plusvalía relativa) y su Estado burgués (menos gasto social), que siempre instrumentalizan el patriarcado a su favor. Sin embargo, es necesario reconocer, que en el interior de las familias patriarcales obreras, se beneficia el varón.

Los límites de la cuantificación del trabajo en tiempo en el intercambio afectivo

Además del error de la "cuantificación mercantil", tampoco podemos dogmatizar la "cuantificación temporal" del trabajo. Son herramientas para aprender de la realidad, pero no son las únicas para descubrir los procesos materiales realmente existentes. Un sistema de medición permite hacer visible algunos procesos y otros no, lo importante es descubrir la realidad material. Cuando se produce un intercambio desigual de afectos entre hombre y mujer, siendo la segunda la que tiene, según el patriarcado, unos deberes maternales y emocionales superiores al hombre, también supone una enajenación de trabajo ajeno. Casi imposible, en el caso afectivo, de cuantificar. Lo importante es entender la injusta desigualdad de esta explotación emocional.

En definitiva, todas aquellas interpretaciones ortodoxas sobre la opresión patriarcal sin explotación están en tela de juicio. El racismo y el imperialismo, sí que han sido analizados teóricamente por marxistas para desvelar que son herramientas opresoras de explotaciones específicas, sin embargo, el patriarcado encuentra más resistencias porque no sólo las tenemos en nuestra ciudad metrópoli sino que esas contradicciones están más cerca y más profundas: en nuestra casa, nuestro curro, nuestra militancia.

Incluso en las sociedades burguesas donde institucionalmente el machismo está menos representado (países europeos nórdicos), tanto por sus sistemas públicos como en la igualación de salarios, encontramos unos niveles de violencia patriarcal desproporcionados, que pueden interpretarse como resistencias a la renuncia de privilegios masculinos. Una renuncia necesaria para la emancipación de la mujer.

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