jueves, 22 de mayo de 2008

Marmota Eguna

por Iñaki Errazkin (en InSurGente)



Supongo que conocen la película “Groundhog Day”, presentada en los cines del reino borbónico con el título “Atrapado en el tiempo”, pero cuya traducción literal es “El Día de la Marmota” en referencia al leitmotiv del largometraje que, como recordarán, trata de las fantásticas peripecias que vive el hombre del tiempo de una cadena de televisión estadounidense al que sus jefes han desplazado a la pequeña e imaginaria localidad de Punxstawnwey en calidad de enviado especial para cubrir informativamente el festival anual del Día de la Marmota. Phil, el protagonista, parte hacia su casa una vez realizado el trabajo, pero una repentina tormenta le obliga a regresar al hotel en el que había pasado la noche. Al día siguiente, al despertarse, Phil escucha en la radio el mismo programa de la mañana anterior, repitiéndose la operación en las jornadas siguientes hasta que no le queda más remedio que rendirse ante la agobiante evidencia de que, indefectiblemente, todos los días de su vida serán ya el mismo Día de la Marmota. Déjà vu, se llama la figura.

Yo no me llamo Phil, pero también vivo atrapado en el tiempo, eternamente instalado en el Día de la Marmota, al menos en lo que se refiere a los descabezamientos de ETA. Desde que hace cuarenta años, siendo yo un niño, los medios de comunicación al servicio del Estado aseguraran urbi et orbi que esa organización había sido decapitada tras una redada policial en un piso de las siete calles bilbaínas, ni sé las veces que he tenido que oír la misma milonga. Sólo cambian las fechas, los lugares y las filiaciones de los detenidos, pero la hidra norteña sigue más que viva y no consta que Zeus y Alcmena estén pensando en procrear un ministro de la Porra de las características genéticas de Hércules.

Está claro que en este nada lúdico juego de patriotas ambas partes cumplen la elemental norma de ocultar bien sus cartas. Sospecho que los servicios de información de los estados español y francés tienen controlados a unos cuantos militantes de ETA con diferentes responsabilidades y los detienen discrecionalmente cuando más conviene a sus pagadores. Ahora, por ejemplo, con el Partido Popular en pleno cisma, al PSOE le interesaba un arresto que compensara mediáticamente la escalada de acciones de la organización armada vasca. Y les ha tocado a los inquilinos del apartamento bordelés, repleto de números uno, como antes sucediera en Bidart o en el Casco Viejo de Punxstawnwey (perdón, quise decir de Bilbao).

Por su parte, con su particular escalafón y su dirección colegiada, ETA vence parcialmente porque resiste contra viento y marea, pero tampoco acaba de triunfar porque los ciudadanos del País Vasco siguen privados de sus derechos individuales y colectivos, algunos de ellos restringidos últimamente como castigo suplementario a la rebeldía histórica de las provincias traidoras y de sus habitantes, tratados política y judicialmente de cómplices por acción u omisión.

Alguien, en algún punto del porvenir, se caerá del jumento carpetovetónico y reconocerá que no es posible acabar con ETA mientras no se solucionen radicalmente las carencias democráticas que propiciaron su nacimiento. Es así de sencillo. A ver si tengo suerte y puedo conocer en vida el día siguiente al de la Marmota.

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