jueves, 7 de agosto de 2008

Enaltecimiento del crimen de estado

Si pensaban que las cimas del disparate son cosa conocida a la luz de las barbaridades que nos ha tocado leer, sepan que cada día nos sorprenden con una majadería más aparatosa
Maite Soroa en Gara

Si pensaban que las cimas del disparate son cosa conocida a la luz de las barbaridades que nos ha tocado leer, sepan que cada día nos sorprenden con una majadería más aparatosa.

Ayer un tal Manuel R. Ortega escribía en «El Semanal Digital» a cuenta la excarcelación de Iñaki De Juana y daba rienda suelta a sus más bajos instintos sin dar muestras de preocupación por el evidente ejercicio de enaltecimiento del crimen de estado que se desprendía de su escrito. Será que hay varas diferentes de medir. Decía Ortega que está de acuerdo con De Juana en «las críticas a la política penitenciaria y la existencia de un Estado de excepción». No se sorprendan aún.

Según el columnista «las críticas están más que merecidas. La política penitenciaria de España es una coña marinera (...). Que un fulano carroñero con veinticinco muertos a la chepa pueda salir por la puerta choteándose del personal no tiene nombre. Que ese mismo pajarraco, que no es que no haya dado el menor síntoma de arrepentimiento, sino que ha expresado su satisfacción ante cada atentado, vaya a pisar un milímetro de tierra fuera de su celda, da algo más que vergüenza: asco». Ya ven de qué va la cosa.

Y ahora el enaltecimiento: «Y si, este es un Estado de excepción. De excepción a la norma. (...) En Estados Unidos se pudriría en la cárcel e incluso, dependiendo del Estado, podría haber sufrido un percance eléctrico en cierta silla. Por lo que respecta a británicos y franceses, no hace falta ni hablar. Estas cosas, los vecinos, las solucionan con la Ley en la mano. Y a donde no llegan con ella, como decía aquél, emplean la espada. Razón de Estado y tal. De los alemanes no hace falta ni hablar: ahí está cómo se cortó de raíz el asunto de la Baader-Meinhof. Ya me contarán». ¿Leerá esto el Fiscal General del Estado?

Y para concluir una argumentación tan sofisticada, Ortega se revuelca en la mentira más cutre: «Aquí, sin embargo, sucede todo lo contrario. Un etarra contemplado con recelo incluso por sus propios conmilitones pone de rodillas a todo un Estado. Primero, con lo de sus `huelgas'; segundo, con las rebajas de condena a tanto la falsificación de estudios; y tercero, consiguiendo escolta policial para su protección». ¿A dónde vamos con esta gente?

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