martes, 27 de noviembre de 2007

El rey que rabió




x J. M. Álvarez

Juan Carlos dormitaba
en la Cumbre chilena,
de la misma manera
que en todas las
conferencias a las que
acude.
Sus años, y quizás las copas de la sobremesa, le impedían prestar atención sobre lo que acontecía en torno a él.

Por si fuera poco, el incesante pestañeo de sus ojos se volvía cada vez más rebelde, obligándole a realizar titánicos esfuerzos para evitar que aquellos se cerrasen ¡Ay mi dios, qué somnolencia!

Finalmente, sintiéndose incapaz de mantener por más tiempo semejante lucha, Juan Carlos decidió aplicarse al pie de la letra aquel dicho popular que reza: ”de perdidos al río”. Poco a poco, abandonándose en los brazos de Morfeo, cerró los ojos y comenzó a descabezar un sueño para recuperar fuerzas, tras unas jornadas de intenso y agotador trabajo... turístico.

Pero apenas iniciado el onírico proceso, José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno de Madrid, y su homónimo el mandatario venezolano, Hugo Chávez Frías, comenzaron a debatir sobre la afiliación ideológica del ex presidente José María Aznar, el pequeño aprendiz de fhürer que le gusta escupir un “que se jodan” para referirse a los más desposeídos y que, - en contra de la opinión popular- implicó a España en la guerra de Iraq, encendiendo así la mecha del atentando madrileño de Atocha.

En algún momento de su frágil sueño, el rey debió oír claramente, la voz del presidente de Venezuela exigiendo respeto para su país, y para todos los pueblos de América Latina. ¿Pero cómo es posible que un tipo, mitad indio, mitad negro osara sacarle de su letargo? Juan Carlos, sin encomendarse ni a dios ni al diablo, logró al fin abrir los ojos y, medio adormilado, señaló a Chávez con su regia mano, para balbucear un fluctuante “tú”, que fue ignorado por el mandatario venezolano.

Quizás habría caído en un nuevo trance, si Chávez no hubiera seguido denunciando la condición fascista del fhürercito, y revelando el carácter depredador de las empresas españolas instaladas en Latinoamérica, algunas, quizás, con intereses reales. Entonces, Juan Carlos no aguantó más y, luciendo el típico mal humor de quienes son despertados de mala manera, bramó la frasecita que hoy está presente en cualquier teléfono móvil de cualquier “Atapuercaman”, una subespecie de la raza humana muy abundante en la España Carpetovetónica.

Como ya todo el mundo sabe, el sucesor de Franco sólo se marchó- como un niño enrabietado no acostumbrado a que le llamen feo- cuando el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, estaba reprochándole que no había cumplido su promesa de mediar entre la empresa española Unión Fenosa y el Gobierno nicaragüense. (Ortega había aceptado, meses antes, que Juan Carlos arbitrara en el conflicto que enfrenta a dicha empresa con los consumidores de aquel país) Ahora que Juanito ha desmentido con su actuación que, por razón de su cargo, no puede ejercer labores políticas, lo que tiene que hacer es pedir disculpas al pueblo venezolano. Pero como la arrogancia y la rabia se lo impedirán, que se largue con viento viejo, cuanto más lejos mejor. Y si así lo hiciera (no creo que caiga esa breva), que se lleve la escopeta matadora de osos drogados en una mano, y la botella, que provocó su catarsis chilena, en la otra.


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